jueves, 28 de febrero de 2013

Aprendiendo a no encerrarnos


Encerrarse en uno mismo


Se levantaba cada mañana, preparaba el café, se duchaba, se vestía... dejaba todo perfectamente ordenado y se iba a trabajar. Un largo e intenso día de diez horas dedicadas a su trabajo.


Cuando terminaba, volvía directo a su casa. Siempre cenaba a las nueve de la noche. Cuando llegaba el fin de semana no hacía planes. Se quedaba en casa limpiando, ordenando cosas, leyendo, trabajando o descansando, e incluso preparando la comida para la semana siguiente. Nada podía salirse de su rutina.

Estaba separado y sus hijos ya eran mayores. No tenía a nadie especial a quien amar, por lo que se encerraba en su propio mundo sin esperar ni desear nada nuevo, sin prisas, sin ilusiones de ningún tipo. En su vida no había sorpresas, nada que cambiara la rutina. Todo parecía funcionarle, parecía que era feliz con su vida. Un día, al despertar, se levantó con una fuerte dolor en el pecho: sentía que no podía respirar. Se asustó tanto que fue al médico.

Después de diferentes pruebas médicas le confirmaron que no tenía nada físico. Sutilmente le sugirieron que fuese a ver a un Psicólogo pero él no creía en ellos. Aún así fue, sin conocer el motivo, sin conocer el por qué ya que él pensaba que en su vida emocional estaba todo en perfecto orden.
Llegó a la sesión sin saber de qué iba a hablar, le contó su vida... "su rutina de vida" a su analista.

Terminó la hora y se fue. Salió de la consulta y se fue dando un paseo. Sentía algo extraño, se sentía diferente, se había escuchado a si mismo/a, sintió como si una persiana que había estado bajada durante mucho tiempo se hubiese levantado de repente y vio todo. Se detuvo en medio de la calle y lloró desconsoladamente. Intentaba disimularlo, pero no podía. Se había liberado y no podía parar. Se dio cuenta de que, por decisión propia, había cerrado las puertas de su corazón, de su alma, de su vida...
Cuando un dolor grande nos invade, cuando una traición o
una pérdida nos supera, por defensa, puede ocurrirnos que nos recluyamos y nos encerremos en nosotros mismos. Tomamos fuerza, curamos las heridas y volvemos a salir.

Pero, a veces, podemos quedar atrapados en nuestra propia fortaleza y olvidamos que hay algo fuera que es básico para nosotros. Necesitamos del
amor de los otros, relacionarnos, vivir más allá de la rutina y de la obsesión.

Por eso, si estás como dormido/a, si un día sientes una gran angustia que te oprime el pecho, lo mejor que puedes hacer es hablar con alguien. Siempre tenemos una mano amiga cerca, un ser generoso, que está esperando que demos una señal para
abrazarnos y decirnos “estoy contigo”, para demostrarnos que nos quiere y que el mundo entero nos espera para ser felices.

Nunca cierres las puertas a tu corazón ni bajes las persianas de tu vida.



Recomendamos el siguiente artículo: "PREPARA TU CUERPO PARA EL VERANO"


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